Compartir aquest contingut ↓

Por Cristina Pérez, psicóloga clínica

La reciente (y necesaria) mejora de las tecnologías para facilitar el control de nuestra salud ha derivado en cambios en nuestras vidas. Ha facilitado el acceso a información continua, a herramientas automatizadas y a un estilo de vida (aparentemente) más relajado.

¿Puede convertirse en un problema?

• Tenemos la información en la pantalla de un sistema de infusión y en nuestro smartphone; el acceso a la información es más rápido. Entonces, aparte de revisar nuestros mensajes, nuestras redes sociales, podemos revisar también nuestra glucemia.

• Aparecen términos como «nomofobia», «textaphrenia» y las «vibraciones fantasmas». Se trata de trastornos o fobias. La primera aparece cuando tenemos miedo a quedarnos sin teléfono, la segunda cuando sentimos que nos llegan mensajes (y no nos han llegado) y la tercera cuando pensamos que el teléfono vibra y no es así.

• Igual que podemos cuantificar o medir el uso que hacemos de nuestro smartphone, ¿Medimos su uso si lo utilizamos para medir nuestra salud? Idealmente no, porque preocuparse por la salud de uno mismo o de un familiar es un buen indicador. Sin embargo, cuando esto comienza a ser un problema, e incluso una obsesión, es el momento de plantearse si «es demasiado o no».

• Podría calificarse como un problema cuando afecta a una o a varias áreas de nuestra vida: social, laboral o personal. Es decir, cuando una madre o un padre en su jornada laboral se distrae por comprobar la glucemia de un familiar o la suya misma. Cuando dejamos de hacer algo que socialmente nos recompensa por estar pendientes de la glucemia. En resumidas cuentas, cuando el acceso a tanta información nos priva de poder hacer una vida normal.

• Uno de los primeros síntomas es la ansiedad por la revisión de la glucosa: «No ha pitado, ¿a cuánto estoy?, ¿estaré bien?, ¿funciona?, voy a calibrar para comprobar que está bien», etc. Si en ese momento exacto no existe la posibilidad de comprobarlo para «quedarte tranquilo», la ansiedad suele ser el primer síntoma.

• Las noches son el peor enemigo de la glucosa. Dado que nuestro estado de consciencia es menor, también es más complicado estar alerta de posibles cambios de glucemia (más aún si es poca la variación). Esto se complica si el dispositivo va colocado en un niño/a. Normalmente, ellos son poco conscientes de las consecuencias. Por lo tanto, además de la ansiedad, y como consecuencia de ella, se suma un mal descanso. Si nos pasamos la noche despertándonos para verificar la glucosa de nuestros hijos, es más difícil descansar. Es un miedo normal a que «algo le pueda pasar».

¿Tengo un problema?

Realmente es complicado evaluar con un test o con un par de preguntas si hay un problema real o no. Deberíamos examinar varias áreas para tener una visión clara. Entonces, «¿qué hago si realmente tengo un problema? ¿Qué hago si quiero controlarlo para que no se convierta en un problema?»:

• Control de glucemia adecuado, no excesivo: controlar la glucemia cuando hay subidas o bajadas importantes y no tanto cuando la tendencia es estable. «¿Y si estoy todo el día alto o bajo?». Consultar al endocrino/a y buscar ayuda psicológica. Tener ansiedad no ayudará a que la glucosa se regule. Tomar un papel activo en la situación nos ayudará a tener más control.

• Controlar los valores sin obsesionarse: No por más que miremos, mejor control hay. Deberíamos poder ser capaces de hacer nuestra vida sin que el control de la glucosa requiera estar pendientes a todo momento. Anteriormente, cuando estos dispositivos no existían, era más fácil «olvidarse» y más complicado controlarse. Debemos encontrar actividades que nos puedan distraer del control y fiarnos de las alertas del dispositivo que indica los cambios.

• En pacientes adultos, funciona bien dejarnos llevar por las sensaciones corporales. Es decir, notar uno mismo que está alto o bajo de glucemia. A veces, los dispositivos pueden no ser exactos y es mejor fiarse de los síntomas en el momento que ocurren.

• Establecer alarmas para poder visualizar: Consiste en pautar momentos para poder ver la glucosa y establecer otros momentos para trabajar, socializar o hacer deporte… Por ejemplo, si quiero ver mi glucosa por la noche, puedo irme a dormir antes, poner una alarma a las 2 horas de acostarme y después dormir seguido hasta la hora de despertarse. Durante el día, hacer coincidir el control con las pausas de los estudios o del trabajo para que así ello no nos impida concentrarnos. Es importante establecer un tiempo máximo también.

Estas pautas y otras muchas dependen de la idiosincrasia de los pacientes y de las situaciones, por lo que no son remedios globales ni extrapolables. Deben analizarse bien las situaciones para poder darles una solución correcta. Con el ritmo de vida que llevamos, es fácil decir que hay que establecer cambios y rutinas para poder sobrellevarlo mejor pero, en conclusión, es así. No podemos ayudar a nadie si nosotros mismos no estamos descansados o en óptimas condiciones.